ANÁLISIS Y OPINIÓN
Un año de CGT: El dolor de la unidad
Por José Peyrelongue, periodista de Mundo Gremial.
El nuevo Consejo Directivo de la CGT cumple este viernes su primer año de gestión, y los popes de la central atraviesan el día 365 del mismo modo que lo empezaron: apiñados en una copa de cristal a punto de romperse. Pero con la sabiduría de evitar el quiebre, que no es poco. Pero tampoco para siempre.
Las tensiones históricas de la central están más vigentes que nunca y la convivencia en la disidencia marcó el pulso de los primeros doce meses de la renovada comisión directiva.
El equilibrio en el reparto de secretarías dio sus frutos y hoy vemos caminar las agendas paralelas en una aparente paz que garantiza la unidad y quebrajea la posibilidad de un posicionamiento en bloque en el marco de un contexto económico por demás complejo.
Cruces y debates internos
Los primeros chispazos se registaron entre los sectores se registraron entre febrero y marzo, a apenas tres meses de la asunción de autoridades. Es que el moyanismo definió marchar a inicios el 1 de febrero contra la Corte Suprema, y luego marcó distancias con el resto del trinvirato en torno a los debates por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI): Pablo Moyano se ausentó en un debate en Diputados, expuso a Héctor Daer y Carlos Acuña, y se ganó los primeros reproches del consejo directivo.
El funcionamiento del moyanismo generó ruidos pero el propio Moyano se ocupó de derribar rumores de ruptura: «Que haya debate interno no quiere decir que se va a romper la unidad», declaraba el camionero en abril pasado, y bajaba tensiones.
El 22 de abril se concretó la primera reunión del año del nuevo Consejo Directivo, preocupados por la escalada inflacionaria. La CGT ya mostraba su preocupación por los salarios y pedía herramientas al por entonces ministro de Economía, Martín Guzmán, para «superar la emergencia».
La situación no mejoró en los meses siguientes y el rumor de un paro general comenzó a ganar trascendencia provocando un nuevo debate en el seno de la CGT. Fue en junio y Héctor Daer fue contundente: «No hay ninguna posibilidad de hacer un paro». Y así fue: en el primer año de gestión, Alberto Fernández no sufrió ninguna huelga en contra de su gobierno.
La CGT salió a la calle
Apremiados por la situación económico, el 17 de agosto se concretó la primera movilización de la nueva CGT. Los gremios ganaron las calles: marcharon al Congreso «contra la inflación y los formadores de precios».
A pesar de las diferencias, el triunvirato se mostró en unidad y Daer, Moyano y Acuña ofrecieron una conferencia de prensa en la sede de la UEJN para evaluar la movilización. Pidieron medidas al gobierno y apuntaron contra los empresarios por la remarcación de precios.
El atentado e intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner llevó a la central a expedirse sobre la situación, y en reunión de urgencia declaró el estaod de alerta y sesión permanente. En ese marco se reeditó la reyerta interna: Moyano reunió a su tropa en soledad y llamó a un paro general, que luego terminó cayéndose por no contar con los votos suficientes en Consejo Directivo. Finalmente toda la CGT marchó el viernes feriado posterior al intento de magnicidio, con un llamado a la «concordia y unidad nacional».
Siempre en la disputa entre «dialoguistas» y «combativos», a fines de septiembre se instaló un rumor sobre una renuncia de Moyano a la CGT. Fue tras una reunión que mantuvo la Mesa Chica de la central con el presidente Fernández. Pero nada pasó.
Llegó el Día de la Lealtad y las diferencias volvieron a expresarse. Cada espacio tuvo su 17 de Octubre: el moyanismo marchó con el sector kirchnerista y los Gordos e Independientes aprovecharon al fecha para lanzar la mesa política con la que buscarán lugar en las listas del PJ el año que viene, durante un acto en Obras Sanitarias.
Hoy los mosaicos gremiales se cruzan por un refuerzo en los ingresos. El pedido es unánime: la necesidad de recomponer salarios los une, pero la disputa está en la forma. ¿Suma fija o bono? Es la discusión por estos días.
En el primer año, la nueva CGT no logró forjar un programa de acción que marque el pulso a la política. Equilibrista, la conducción supo resguardar la fragilidad del cristal pero careció de estrategias para fortalecer la representatividad entre los trabajadores, un valor en crisis.
«La unidad hasta que duela», lema de muchos, tapó la posibilidad de una central fuerte. Las señales de dolor están a la vista, y el dolor crónico requiere tratamiento, antes de un final repentino. Quedan tres años de gestión.